Chogyam Trungpa Rimpoché
Fue el primer tibetano que difundió el budismo y las técnicas de meditación
en occidente. Llegó a Reino Unido allá por los años sesenta, beneficiando de
una beca que le permitió estudiar filosofía y arte en grandes universidades. No
se habla mucho de él aunque desarrolló un camino hacia la libertad espiritual
adaptado a la mentalidad occidental: Shambhala. Sus preceptos están reunidos en el
libro “La senda sagrada del guerrero”
que, es una obra que aunque la leí hace ya 20 años o más, cada vez que abro ese
libro encuentro algo nuevo, algo en lo cual aparentemente no había reparado y
que me alienta a seguir practicando.
También me ocurre eso con otro libro
de Chogyam Trungpa: “El mito de la libertad y la vía de la meditación” y me pareció interesante resumir algunos
pasajes -y traducir otros de la versión francesa ya que habla con mucha
sencillez y precisión de lo que es la meditación. Mucha gente hoy en día quiere
acercarse a estas técnicas ancestrales que en algún momento se pusieron de moda
con la new age.
Conversando con
amigos he constatado que hay mucha distorsión acerca de qué es meditar, sus
objetivos, sus beneficios. Hoy que el
individualismo ha triunfado en nuestra sociedad, y que la soledad como
resultado esperable se hace sentir, que no hay señales claras de cuál es el
camino para mantener una salud mental medianamente equilibrada, que muchos se
dejan llevar a los instintos más básicos, que lo que predomina es una carrera
sin meta, la práctica de la meditación
puede significar un camino enriquecedor, que nos habla de descubrir nuestra
verdadera naturaleza.
A
Budismo
"Algunos se
quejan de que el budismo sea una religión oscura, porque pone el acento en el
sufrimiento y la desgracia. De costumbre las religiones hablan de armonía,
belleza, éxtasis, felicidad. Pero el Buda propone que primero hagamos la
experiencia de la vida tal como es. Percibir la realidad del sufrimiento y la
realidad de la insatisfacción. No podemos ignorar eso en beneficio del solo
examen de los aspectos gloriosos y placenteros de la vida. Todas las escuelas
del budismo concuerdan en que debemos primero que nada enfrentar la realidad de
nuestra situación existencial. No podemos comenzar por soñar, eso sería una
evasión provisoria, es imposible evadirse realmente.
En el budismo expresamos nuestra
voluntad de realismo por la práctica
de la meditación. La meditación no consiste en tratar de alcanzar el éxtasis,
la felicidad espiritual o la tranquilidad o tratar de ser mejor. La meditación
consiste simplemente en crear un espacio donde es posible desplegar y deshacer
nuestros juegos neuróticos, nuestras auto-ilusiones, nuestros miedos y nuestras
esperanzas ocultas. Creamos este espacio con el simple recurso a la disciplina que
consiste en no hacer nada. En realidad es muy difícil no hacer nada. Comenzamos
no haciendo casi nada y poco a poco se desarrollará nuestra práctica.

…
Nacimiento, sufrimiento y muerte
intervienen de un momento a otro. El nacimiento es la apertura de
una situación nueva. Inmediatamente después del nacimiento uno se siente fresco como cuando se mira el sol al amanecer. Los pájaros despiertan y comienzan a cantar, podemos distinguir las siluetas brumosas de los árboles y de las montañas. A medida que el sol se levanta en el firmamento el mundo deviene más claro y se definen sus contornos. El sol se pone cada vez más rojo hasta que dispensa una luz blanca, brillante. Uno preferiría quedarse con el alba, el amanecer, impedir que el sol suba en el cielo, quedarse con la radiante promesa del día. Preferiríamos eso, pero es imposible. Nunca nadie logró hacerlo. Nos esforzamos por mantener la nueva situación, pero no podemos aferrarnos a nada y morimos. Hay entonces un intervalo entre la muerte y el siguiente nacimiento, pero esta brecha está repleta de un parloteo subconsciente, una interrogación sobre lo que convendría hacer, nos encerramos en una nueva situación y en eso, hemos nacido de nuevo. Este proceso lo repetimos al infinito.
una situación nueva. Inmediatamente después del nacimiento uno se siente fresco como cuando se mira el sol al amanecer. Los pájaros despiertan y comienzan a cantar, podemos distinguir las siluetas brumosas de los árboles y de las montañas. A medida que el sol se levanta en el firmamento el mundo deviene más claro y se definen sus contornos. El sol se pone cada vez más rojo hasta que dispensa una luz blanca, brillante. Uno preferiría quedarse con el alba, el amanecer, impedir que el sol suba en el cielo, quedarse con la radiante promesa del día. Preferiríamos eso, pero es imposible. Nunca nadie logró hacerlo. Nos esforzamos por mantener la nueva situación, pero no podemos aferrarnos a nada y morimos. Hay entonces un intervalo entre la muerte y el siguiente nacimiento, pero esta brecha está repleta de un parloteo subconsciente, una interrogación sobre lo que convendría hacer, nos encerramos en una nueva situación y en eso, hemos nacido de nuevo. Este proceso lo repetimos al infinito.
El nacimiento expresa la
separación entre la madre y el bebé…cada uno de nuestros actos expresa el
nacimiento, el sufrimiento y la muerte.
En la tradición budista se
distinguen tres tipos de sufrimiento o de dolor: el sufrimiento
omni-penetrante, el sufrimiento de la alternancia y el sufrimiento del
sufrimiento. El sufrimiento omni-penetrante es el sufrimiento común, general,
de la insatisfacción, de la separación y de la soledad. Estamos solos, somos
hombres y mujeres solitarios, no podemos recrear el cordón umbilical, y decir
de nuestro nacimiento que era “una prueba”. Eso ya pasó. El sufrimiento es inevitable
mientras prevalezcan la discontinuidad y el sentimiento de inseguridad.
El sufrimiento omni -penetrante
es una frustración general que resulta de la agresión. Que seamos delicados o
brutales, felices o infelices, no cambia nada. Mientras tratemos de aferrarnos
a nuestra existencia seremos un paquete de músculos tensos intentando
protegernos. Eso es causal de incomodidad. Tenemos tendencia a sentir nuestra
existencia como levemente incómoda.
Aunque seamos dueños de nosotros mismos y dispongamos de dinero, de
alimentación, de un techo, de amigos en abundancia, siempre está esta pequeña
cosa en nuestro ser que nos preocupa. Algo se anuncia sin cesar y de lo cual
necesitamos protegernos, escondernos. Tenemos que evitar de cometer el más
mínimo error, sin que sepamos que podría ser. Existe una suerte de
entendimiento universal acerca de un secreto que hay que guardar, un lapsus que no hay que cometer, algo
indecible. Fuera de toda lógica, nos sentimos vagamente amenazados.
Entonces cualquier fuera nuestra
grado de felicidad, nos mantenemos irritados y precavidos. No queremos exponernos
ni encontrar esta cosa, fuere lo que fuere. Por supuesto podríamos tratar de
racionalizar este sentimiento y decir:” dormí poco anoche y me siento raro, no
quiero hacer nada difícil para no cometer errores” . Pero esto sólo indica que
estamos molestos y tratamos de escondernos.
Este sufrimiento fundamental toma
incontables formas: sufrimiento de perder un amigo, de tener que atacar un
enemigo, sufrimiento de ganar dinero, desear referencias, tener que lavar los
platos, cumplir nuestro deber, que alguien nos mira por sobre el hombro, darse
cuenta de nuestra ineficiencia, fracasar, sufrimiento de todo tipo de
relaciones.
Además del sufrimiento
omni-penetrante está el sufrimiento de la alternancia, que consiste en darse
cuenta que llevamos un peso sobre los hombros. A veces sentimos que el peso ha
desaparecido porque nos sentimos libres, y que ya no debemos correr detrás de
nosotros mismos. Pero el sentimiento de alternancia entre el dolor y su
ausencia, entre salud y enfermedad, ahora y siempre, es en sí doloroso. Es duro
sentir de nuevo el peso sobre los hombros.
Y está el sufrimiento del
sufrimiento, el tercer tipo. Usted no se siente muy seguro, no sabe muy bien
que terreno está pisando. Y más encima se preocupa de su condición y desarrolla
una úlcera. Corriendo a ver al médico para que se la cure y se tuerce el pie. La resistencia al sufrimiento
no hace más que aumentar su intensidad. Los tres tipos de sufrimiento se suceden rápidamente en la vida, la
invaden. Usted siente primero el sufrimiento fundamental, luego el de la
alternancia, -dolor y ausencia de dolor y viceversa-, y viene luego el
sufrimiento del sufrimiento, que es el sufrimiento de todas estas situaciones
existenciales no deseadas.
Tales situaciones se producen
incansablemente. Nos apuramos, queremos librarnos del sufrimiento y haciendo
eso no hacemos más que duplicarlo. El sufrimiento es muy real, no podemos
fingir la felicidad y la seguridad. El sufrimiento es nuestro compañero de cada
instante. y esto continúa interminablemente: sufrimiento omni-penetrante,
sufrimiento de la alternancia y sufrimiento del sufrimiento. Buscamos la
eternidad, la felicidad o la seguridad, pero la experiencia de la vida es
sufrimiento, duhkha.
Ausencia de ego.
Precisamente en vistas a asegurar
nuestra felicidad, de mantenernos en relación con algo distinto, reside el proceso del ego. Pero este esfuerzo
resulta fútil, porque en nuestro mundo
aparentemente sólido aparecen brechas sin cesar, ciclos de muerte y de
renacimiento, un cambio constante. El sentimiento de la continuidad y de la
solidez del yo es una ilusión. En realidad no existe nada parecido al ego,
alma, o atman. Una sucesión de confusiones crea el ego. Efectivamente el
proceso del ego consiste en una agitación de confusiones, de agresión, de
avidez, que existen solamente en el instante. Cuando no podemos aferrarnos al
instante presente es imposible afirmarnos
en el yo, lo mío, y hacer de eso cosas sólidas.
La experiencia de la relación del
yo con los objetos exteriores es en
realidad una discriminación momentánea, un pensamiento flotante. Si engendramos
estos pensamientos flotantes con una frecuencia suficiente, podemos crear la
ilusión de la continuidad y de la solidez. Como el cine provoca la ilusión del
movimiento continuo al proyectar imágenes individuales a gran velocidad.
De este modo nos forjamos la idea
de que el yo y el otro son sólidos y continuos. En
posesión de esta idea manipulamos nuestro pensamiento para confirmarla y
cualquier prueba de lo contrario nos asusta. Esa es nuestra prisión, el miedo a
exponerse, la negación de la impermanencia. Y es que solamente la impermanencia
nos da la posibilidad de morir, encontrar el espacio para renacer y apreciar la
vida como un proceso creador.
La comprensión de la inexistencia
del ego se hace en dos fases. Primero nos damos cuenta que el ego no existe
como entidad sólida, que es constantemente cambiante, y que eran nuestros
conceptos que lo hacían sólido. Concluimos entonces que el ego no existe. Pero
se necesita alguien que observe la ausencia de ego, y que se identifica con esa
ausencia para justificar su existencia. La segunda etapa consiste en mirar a
través de este concepto sutil y abandonar el observador.
La verdadera ausencia de ego es la ausencia del concepto de ausencia de
ego.
Extracto de "Le mythe de la liberté"
Traducción de Isaías Lautaro
Huentecura
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